martes, 3 de mayo de 2016


Las puestas de sol están sobrevaloradas.


¿Puede "disfrutar de los amaneceres" considerarse un signo temprano de envejecimiento?

domingo, 17 de abril de 2016

Cumplemes.

No lo celebras de manera especial. Sushi del Spar y un par de bombones de chocolate belga importados del mismísimo aeropuerto de Bruselas. Y diréis: "¿sushi?". Pues sí, hay sushi en el tercer mundo. Lo que es raro es que ésta haya sido la única manera de comer pescado por primera vez en 30 días. En una ciudad costera. Con puerto. Misterios de la vida. La otra cosa extraña es que una bandeja de sushi cueste lo mismo en el supermercado que un tarro con 200 gramos de café molido. Y que esté bueno. El sushi. El café no lo has probado.

El caso es que, ahora sí, puedes decir con la boca bien grande, o la frente muy alta, o como sea, que estás muy contenta. En el culo del mundo, sí, pero muy contenta.

Vives en un piso minúsculo, con moqueta en la habitación y tres canales en la tele. Uno en inglés, otro en afrikaans y otro en vaya-usted-a-saber-qué. Compartes 10 gigas de internet al mes con otras diez personas y a partir de las seis de la tarde no puedes salir de casa porque, al parecer, cuando se esconde el sol sale los zombies y te comen si vas solo por la calle. Sobre todo si no tienes coche. Tú aún no has visto ninguno, pero, oye, donde fueres...

¡Cereeebrooooo!

La vida de día es distinta. La gente que te rodea madruga mucho (mal), pero disfruta comiendo y bebiendo (bien). No pierden la oportunidad de hacer una barbacoa por lo que sea, aunque aquí las llaman "braai". Que viene la chica nueva, braai. Que inauguran un centro de buceo, braai. Que mañana es fiesta nacional, braai. Que los del Ironman corren el domingo, braai en la calle. Que no sabes qué hacer esta tarde, pues braai en casa. Eso sí, que cada uno se traiga lo que vaya a comer y a beber, que no está la cosa para derroches. "Bring and braai". A escote nada es caro. Por otro lado, te quejas de que no hay pescado. Imagínate cualquier otro animal. Cualquiera. Se lo comen. Pollo, avestruz. Cordero, gacela. Vaca, ñu. Cocodrilo. Lo que quieras. Y picante. Qué rico. Te estás haciendo adicta a lo-que-sea-con-chili o jalapeños.

¿Qué más? Ah, ya. Hay sol. ¡Todos los días! Y la gente sonríe y te saluda cuando entras y sales de los sitios. Y te hablan por la calle. Y entienden las bromas aunque sean traducidas de tu cerebro español a un inglés chungo de academia y películas subtituladas. Has conocido a tus tercer y cuarto belga aquí. Después de haber vivido 14 meses en Bruselas. Y resulta que vivían en el mismo barrio que tú. Y que son muy majos. Estas cosas que tiene la vida...

Hay monos saltando entre los edificios. Y, valga la redundancia, ¡son muy monos! Pero al parecer hay que tener cuidado con ellos. Al parecer hay que tener cuidado con todo en este país. "Pero tú ya estarás acostumbrada a estas cosas; España también es muy peligrosa". No sabes qué pensar. En España no hay cebras en los campus universitarios...

Tardas cuarenta y cinco minutos andando en llegar a la sucursal más cercana del banco, pero a cuarenta y cinco minutos de tu casa en coche hay un parque nacional de elefantes. Y lo llaman "de elefantes" porque los hay a patadas, pero también se pueden ver leones, leopardos, babuinos, cebras, búfalos, rinocerontes negros, y has perdido la cuenta de cuántos tipos de gacelas, aves y reptiles. A veinte minutos en la otra dirección, se llega a una playa en la que te puedes sentar en un banco y ver ballenas francas y jorobadas paseando por delante de tus narices. Bueno, nadando. El tiempo es relativo. Y la distancia...

De todas maneras, ¿a quién vas a engañar? Por las noches (cuando no estás de braai) te entra un poco la morriña. Echas de menos a tus tres peludos y las sobremesas interminables en la "Fonda Paquita". Las sesiones de frikismo extremo, humus casero y patatas fritas con sabor a pepinillos. Te apetecen paseos por el río con León y Tupac, y no perderte ni un día de barriga hasta que llegue Claudia. Piensas en lo que te gustaría ir a elegir EL vestido de Bego en plan Pretty Woman. Los congresos Callealta y las clandestinas en la bodega. Salir de cañas. Desayunar manteca colorá en el sombrajo. Y la furgo...

Esas cosas.

En fin. Da gracias a Skype y a las redes sociales.

jueves, 7 de abril de 2016

Trata de contar en siete líneas...
...lo que queda de ti después de seis años.
La misma caja de cartón, aún cerrada, que te acompaña tras cinco mudanzas.
Los pies gastados de caminar por aquéllas cuatro ciudades.
La tripa más llena y la lengua afilada con tres nuevos idiomas.
Fotos de dos bolas de pelo que ahora ocupan tu lado en la cama.
Un corazón medio oxidado anclado en el otro hemisferio.

miércoles, 6 de abril de 2016

Confesión a media noche.

Han pasado más de diez años y, sin embargo, aún hoy, me sigues doliendo por dentro.

Un poquito. Y solo en noches así. Cuando no se me ocurre otra cosa en que pensar. O cuando el resto de cosas me duelen más que tu recuerdo.

Nunca se lo he dicho a nadie.

Hay tantas cosas que no contamos...

sábado, 16 de enero de 2010

Hay ciertas cosas para las que, a día de hoy, no estás en absoluto preparada. Y no me refiero a bodas, bautizos y comuniones, biberones pre y postcalentados o doce uvas en una familia que no sea la tuya. Si tu padre marca paquete con esos gayumbos negros nuevos. Si tu madre deposita sus condones del siglo III en el primer cajón de tu armario, entre bragas y sujetadores de encaje, porque ya no va a necesitarlos. Si tu primo produce cagarros de tamaño descomunal. Son cosas que no tienes porqué saber. Son cosas que no te hacen falta.

Pero por no hacer, tampoco hacen falta flores ni pétalos de rosa sobre el edredón y a lo largo del pasillo. Ni música antes de acostarse. Ni regalos en ocasiones especiales. Ni palabras perfectas susurradas al oído. Ni paseos nocturnos alrededor de un faro. Ni colchones blandos, ni menos blandos. No hacen falta. No. Porque tampoco sabes si estás preparada para ellos. Como tampoco estás preparada para decir la verdad y toda la verdad por miedo más a que no guste que a que guste demasiado. Para querer como habías olvidado que se podía. Para dejar de pensar y darle la vuelta a todo. Para que las cosas, de repente, sin saber cómo o porqué, salgan bien. Para que, sorprendentemente, esas cosas que no necesitas saber ni sentir...te gusten.