sábado, 16 de enero de 2010

Hay ciertas cosas para las que, a día de hoy, no estás en absoluto preparada. Y no me refiero a bodas, bautizos y comuniones, biberones pre y postcalentados o doce uvas en una familia que no sea la tuya. Si tu padre marca paquete con esos gayumbos negros nuevos. Si tu madre deposita sus condones del siglo III en el primer cajón de tu armario, entre bragas y sujetadores de encaje, porque ya no va a necesitarlos. Si tu primo produce cagarros de tamaño descomunal. Son cosas que no tienes porqué saber. Son cosas que no te hacen falta.

Pero por no hacer, tampoco hacen falta flores ni pétalos de rosa sobre el edredón y a lo largo del pasillo. Ni música antes de acostarse. Ni regalos en ocasiones especiales. Ni palabras perfectas susurradas al oído. Ni paseos nocturnos alrededor de un faro. Ni colchones blandos, ni menos blandos. No hacen falta. No. Porque tampoco sabes si estás preparada para ellos. Como tampoco estás preparada para decir la verdad y toda la verdad por miedo más a que no guste que a que guste demasiado. Para querer como habías olvidado que se podía. Para dejar de pensar y darle la vuelta a todo. Para que las cosas, de repente, sin saber cómo o porqué, salgan bien. Para que, sorprendentemente, esas cosas que no necesitas saber ni sentir...te gusten.

jueves, 14 de enero de 2010

Conoces esa sensación. De repente una canción comienza a sonar de fondo. Quizás nadie la escuche. Y seguramente haya sido compuesta para eso. Pero el par de notas que consiguen saltar por encima de la multitud llegan a tus oídos, taponados desde hace tiempo. Desde que andas por las nubes. Por el cambio de presión. Y ese par de notas te elevan consigo. Más todavía. Sientes que flotas. Más todavía. Que los pelos de punta de tus brazos se convierten en alas. Que puedes alcanzar el cielo, las estrellas y la luna. Que cierras los ojos y puedes no sentirte solo. O sí. Pero con una sonrisa torcida de las que podrían significar un millón de cosas. Que, así, a oscuras y sin atreverte a abrir los ojos de nuevo, puedes sentirle cerca. Todo lo cerca que quieres. O no. Pero con una sonrisa torcida de las que podrían significar un millón de cosas, aunque sólo signifiquen una.

Yann Tiersen – Atlantique Nord

martes, 5 de enero de 2010

Mil [cuatro] años habría tardado en contar los lunares de su espalda. Cada una de sus pestañas. Los pelos rojos que pueblan de 'estrangis' su barba.

Las pelusas de su ombligo.

Los tres colores de su cuarto y su ritmo. Sus leones. Ensaladas. La mermelada de fresa [...] que prepara su madre.

Las estrellas de su cielo. Las ranas de sus noches. El blanco de sus pueblos. Las piedras y las olas de sus playas.

Mil [cuatro] años habría tardado en despertar a su lado. En desempañar el vaho de los cristales del coche. En quebrar el silencio que tapona oídos, que vuelca corazones, que lleva lejos, lejos...en horas y kilómetros...