lunes, 23 de febrero de 2009

Noches de fiesta. Sonrisas de gala que te ayudan a ocultar las peores angustias tras un telón de terciopelo rojo. Pero, ¡dame alcohol y llámame tonto! Tapones de corcho golpean las paredes, techo y esquinas. Chapas deformadas y botes vacíos se agolpan por los rincones. Carcajadas metálicas y bailes salvajes, desinhibidos. La espuma lo cubre todo e, impulsadas por las burbujas de gas, empiezan a flotar en el ambiente todas aquellas verdades que creías tan bien guardadas. O que ni siquiera creías. Se deslizan desde lo más profundo de tu ser, rasgando tus entrañas, y ascienden como el aire caliente. Arañando tu garganta. Doliendo a cada letra. Sangrando a cada recuerdo. Hasta que revientan a la altura de la nariz. Salpicando tus ojos [y los ojos ajenos]. Escociendo. Como pompas de jabón. Brillantes, pero venenosas.

3 comentarios:

Soy ficción dijo...

Odio que la pena no pueda guardarse en un cajon a esperar a mejor momento...

Miss O. dijo...

...o que el cajón en la que la guardas, reviente cuando menos conviene...;)...

Pablo Esteve dijo...

Suspense...pompas de jabón entre diálogos de sábanas, trémulas presencias que no se ignoran y que piden tímidamente, por la mañana, una taza de café italiano.
Saludos jardinutópicos